Conocí a la terapeuta Alejandra Mitnik a través de un amigo que asistió a sus cursos.
Él fue quien insistió en que vaya a verla y desde aquí le agradezco que haya sido tan pesado conmigo y no desistiera en su esfuerzo.
Siempre creí ser capaz de hacerme cargo de mis cosas y de que una terapia psicológica estaría mejor indicada para personas con dificultades más graves que las míos.
Hoy comprendo que aquello que consideraba un problema menor, significaba lo más importante para mi vida y que al negar la importancia que tenía, me protegía del dolor.
Alejandra me ha sugerido que escriba mi caso para su blog.
Dice que puede ser un ejemplo para otras personas que están pasando por algo parecido.
Y creo que tiene razón.
Aquí va mi historia que cuento con un nombre ficticio, por respeto a mi familia.
Hace 30 años que vivo con mi mujer.
La he querido mucho y la sigo queriendo.
Es difícil dejar de querer cuando has vivido enamorado tanto tiempo con una persona y has pasado por infinidad de experiencias juntos, construido una familia, manteniendo una convivencia, etc.
Y digo que es difícil porque uno se acostumbra.
Y a nosotros dos, nos pasó exactamente eso: acostumbrarnos. Yo, a seguir queriéndola y ella, a no quererme.
Como ya les dije, creí que podría solucionarlo solo. Y lo hice de la manera que consideraba más correcta.
Me entregué por completo. La complacía a cada momento. Trataba de darle todos los gustos. Estar a su disposición. Pero nada le venía bien y todo le molestaba. Ya casi ni hacíamos el amor y muchas noches, dormía en el sofá. Hasta llegué a pensar que podía haber una tercera persona....
Y mi conclusión fue: "Mi mujer, no me quiere".
Ya no recuerdo cuánto lloré en mi primer sesión, pero Alejandra se encarga de que no lo olvide. Dice que no era el llanto de un hombre, sino el de un niño pequeño desconsolado.
Mi autoestima estaba por los suelos y todo mi mundo, se me venía abajo.
Estaba convencido de que ella no me quería y nada de lo que hacía servía para recuperar su amor.
No fue fácil para mí aceptar mis errores.
Eso que yo consideraba amor, se había convertido en una adicción al maltrato y a la desvalorización.
Y como en toda adicción, las posibilidades de desengancharme eran muy escasas.
Poco a poco fui saliendo del pozo en el que me encontraba.
La terapia me mostró cómo mi problema no era lo que mi mujer hiciera sino lo que hiciera YO al respecto.
Así que decidí ponerme fuerte y empezar a hacer cambios en mi vida.
Y estos cambios, que aún hoy continúan, me han permitido estar mejor en todos los sentidos, en especial, conmigo mismo.
Ya les dije que era escéptico a esto de las terapias.
Pero creo que es lo más correcto que pude hacer para que las vidas de mis hijos, mi mujer y la mía, sean más plena.
Hace un tiempo, pensaba que lo nuestro era lo mejor, aún sin amor.
Ahora me doy cuenta de que sin amor, la convivencia es muy triste y las consecuencias de vivir así pueden ser contrarias a lo que uno cree.
Como ya les dije, sigo queriendo a mi mujer, pero también puedo quererme a mí mismo, sin ella.
Sé que me queda mucho por hacer, organizar, resolver.
Estoy en ello.
Mi terapia es un apoyo y un espacio en el que intento definir lo que quiero, cómo hacerlo y de qué manera puedo liberarme de todo aquello que no me permite ser feliz.
Animo a quienes tienen dudas o ponen excusas para no hacer terapia, a que lo intenten.
Todos necesitamos, alguna vez, la ayuda de un profesional.
Y mucho más, aquellos que sin aceptarlo, somos adictos al amor.