lunes, 25 de agosto de 2025

Quien cuida al que cuida

El resguardo emocional de quien acompaña en los procesos de sanación

Por María Eugenia Slaibe

El cuidado y expresión emocional de quienes acompañan procesos de sanación, incluyendo emocionarse durante la sesión, es un tema complejo que puede ser tanto beneficioso como desafiante en las sesiones individuales o talleres grupales. Es crucial que el facilitador o guía sea consciente de sus propias emociones y cómo estas pueden influir en el paciente, cliente o consultante y la relación que se entabla. Un manejo adecuado de las emociones en quien facilita dichos procesos, incluyendo la empatía y la validación, puede fomentar la confianza y el progreso del paciente. La empatía y la validación emocional son conceptos relacionados pero distintos, aunque a menudo se usan indistintamente. La empatía se refiere a la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otra persona, mientras que la validación emocional se centra en reconocer y aceptar las emociones de alguien como válidas, sin necesariamente compartirlas o aprobarlas. 

La empatía es una de las emociones más importantes en el trabajo de quienes guían y acompañan. Es la capacidad de comprender y sentir lo que el consultante está experimentando, lo que facilita la conexión y la comprensión mutua. Sin embargo, la empatía puede llevar al acompañante a experimentar emociones intensas, como tristeza, angustia o impotencia, especialmente al enfrentarse a situaciones difíciles o traumáticas.

Es fundamental que quien facilita estos procesos de sanación, pueda distinguir entre su propia emoción y la del paciente, cliente o consultante, para no fusionarlas. Esto implica reconocer cuándo sus propias experiencias personales están influyendo en su respuesta emocional y aprender a manejarlas de manera saludable. La empatía en exceso puede llevar a un agotamiento emocional, conocido como "fatiga por empatía", que puede afectar la capacidad del terapeuta para brindar un apoyo efectivo al consultante.

Nuestro organismo es como un gran resonador y cualquier cambio, por leve que sea, en nuestras percepciones, en nuestra conciencia, en nuestros pensamientos, va a repercutir orgánicamente de alguna manera y viceversa. Son biológicamente primitivas, tienen un sentido evolutivo, responden a la necesidad del individuo y especie para sobrevivir.

Por eso, necesitamos mucha autodisciplina en nuestra misión de ayudadores, ya que tendremos momentos en los que nos sentimos estancados o agotados y no podemos avanzar; y si no organizamos nosotros mismos la parte de la ayuda y la parte que nos va a renovar, muy pronto nuestra ayuda podría no ser eficaz para nuestros consultantes, para nosotros y para nuestra familia y seres que nos rodean.  En dicho contexto, resultará esencial organizar no solo nuestra agenda, sino todo lo que nos nutrirá para equilibrar lo que damos con lo que recibimos. La distancia interna con el cliente o consultante es vital para compensar lo que damos con lo que recibimos.  

Y como nadie puede llevar a otro más lejos de donde llegó consigo mismo, para conocer y ayudar a otros, es necesario tener la capacidad para conocernos y ayudarnos a nosotros mismos, como primera medida. Sin ello, es imposible llevar adelante nuestra tarea. Reconocer la ayuda que necesitamos recibir también nosotros.   Y como parte de ocuparnos de nuestro propio bienestar y resguardo, incluiremos:

·        Autocuidado:

Priorizar el descanso, la alimentación saludable, el ejercicio y actividades placenteras. 

·        Establecer límites:

Aprender a decir que no a cargas de trabajo excesivas y a establecer límites claros con los pacientes. 

·        Supervisión y apoyo:

Buscar apoyo de un supervisor o colega para hablar sobre las dificultades y obtener orientación. 

·        Formación continua:

Actualizar conocimientos y habilidades para renovar la motivación y evitar la rutina. 

·        Terapia individual o de grupo:

Buscar ayuda profesional para abordar los problemas emocionales y desarrollar estrategias de afrontamiento. 

·        Cambios en el entorno laboral:

Si es posible, buscar un entorno laboral más saludable y con mayores recursos. 


El cuerpo del terapeuta como radar y mensajero

El cuerpo de quien facilita y acompaña, no es solo el canal a través del cual escucha, siente y acompaña. Es también su principal guía, su radar más sensible y, muchas veces, su primer mensajero de desequilibrio. Las 5 Leyes Biológicas, formuladas por el Dr. Hamer, nos invitan a observar cómo cada impacto emocional, cada situación vivida con sorpresa y en soledad, deja una huella concreta en el cuerpo. Y esta comprensión no es exclusiva para los pacientes: también el terapeuta necesita verse dentro de este paradigma.

Las 5 Leyes Biológicas ofrecen una comprensión profunda de cómo las emociones y conflictos se manifiestan en el cuerpo a través de programas biológicos especiales. Estas leyes no solo son relevantes para la salud, sino también para el bienestar del terapeuta, ya que su comprensión puede ayudar a gestionar el estrés y prevenir el agotamiento. Podemos sintetizarla como:

1. La Ley del Shock Biológico:

Todo proceso biológico tiene un inicio en un instante de shock biológico, un conflicto inesperado y vivido en soledad. 

1.     2. La Ley Bifásica:

La enfermedad se desarrolla en dos fases: la fase activa del conflicto, donde el cuerpo está en alerta, y la fase de reparación o curación, donde se produce la resolución del conflicto. 

3. El Programa Biológico:

Cada enfermedad es un programa biológico con un sentido específico, adaptativo y diseñado para la supervivencia. 

4. La Importancia del Cerebro:

El cerebro es el mediador entre la psique y el órgano, y cada conflicto se manifiesta en una zona específica del cerebro y del órgano correspondiente. 

5. La Importancia del Sentido Biológico:

Cada conflicto tiene un sentido biológico específico, es decir, una adaptación biológica a una situación particular que busca la supervivencia del individuo. 


Comprender estas leyes puede ayudar a quien acompaña procesos de sanación a: 

  • Gestionar el Estrés: Al entender el origen de las reacciones del cuerpo, el terapeuta puede identificar y manejar mejor su propio estrés, reduciendo el riesgo de agotamiento.
  • Evitar la Empatía Negativa: La comprensión de las fases de la enfermedad permite al terapeuta no caer en la "empatía negativa" y mantener una distancia profesional saludable con el paciente.
  • Empoderarse con Conocimiento: La información sobre las leyes biológicas empodera al terapeuta con conocimientos científicos y le permite ofrecer un enfoque más completo a sus pacientes.
  • Fomentar la Autogestión: El terapeuta puede aplicar estas leyes para su propio bienestar, aprendiendo a identificar y resolver sus propios conflictos, mejorando así su salud integral. 

En resumen, las 5 Leyes Biológicas no solo son una herramienta para comprender la salud y la enfermedad, sino también un recurso valioso para el terapeuta, que puede aplicarlas tanto para el cuidado de sus pacientes como para su propio bienestar y desarrollo profesional. 

Cuando no registramos a tiempo nuestros límites, cuando nos sobreexigimos por un mandato interno de “dar siempre más”, el cuerpo empieza a hablar: tensión muscular crónica, insomnio, malestares digestivos, bajones anímicos, irritabilidad. Cada síntoma puede entenderse como un biofeedback, una alarma biológica que nos pide revisar no solo nuestras rutinas, sino nuestras creencias más profundas sobre el rol que ocupamos.

Nuestro cuerpo, como facilitadores o acompañantes,  no distingue entre lo vivido realmente y lo vivenciado emocionalmente. Si acompañamos a una persona en duelo, o en trauma, y no hacemos espacio interno para diferenciar lo propio de lo ajeno, el cuerpo puede activarse como si estuviéramos viviendo esa pérdida o esa amenaza. Por eso es tan importante la consciencia corporal, el registro del “campo” emocional, y la capacidad de volver al propio eje luego de cada encuentro terapéutico.

El conocimiento de las fases biológicas de los procesos (conflicto activo y fase de reparación) nos permite también normalizar ciertos estados físicos o emocionales temporales, entendiendo que pueden estar ligados a procesos de adaptación y no necesariamente a enfermedad. Esta mirada nos aleja del pánico corporal y nos acerca a una relación más respetuosa y funcional con nuestra biología.

 

Integrar la percepción, limpiar los filtros

Por otro lado, como guías procesos de sanación, no vivimos en contacto directo con “la realidad”, sino con nuestras percepciones construidas: nuestras memorias, heridas, mandatos y creencias tiñen cada experiencia. Por eso, parte del autocuidado profundo implica revisar periódicamente nuestros filtros, para no estar operando desde heridas no resueltas o expectativas inconscientes.

El cuerpo, de nuevo, puede ayudar en esta tarea: si lo escuchamos, si aprendemos su lenguaje, nos puede señalar qué memorias siguen activas, qué creencias limitantes nos desgastan, o qué emociones nos están saturando. El trabajo con el cuerpo no es solo “relajación” o “descarga de tensión”, sino un modo de recuperar acceso a nuestra sabiduría interna.


Más allá del cuidado básico: la dimensión profunda del autocuidado terapéutico

El autocuidado del facilitador, acompañante o constelador, no se limita únicamente a prácticas externas como el descanso o la supervisión clínica. Existe también una dimensión más profunda, vinculada al cuidado del alma y al propósito existencial del terapeuta. Acompañar procesos humanos implica no solo técnica, sino también una entrega desde el ser. Por eso, el cuidado debe abarcar todas las capas del ser: cuerpo, emoción, mente y espíritu. Y, una parte esencial del autocuidado es revisar periódicamente el sentido que tiene para nosotros acompañar a otros. Cuando la práctica terapéutica pierde sentido o se vuelve rutina, el alma se resiente. Tomarnos momentos para preguntarnos “¿para qué sigo haciendo este trabajo?”, “¿qué me da y qué me quita?”, “¿cómo quiero seguir?” es tan importante como una buena alimentación o una formación continua. El sentido personal es una fuente de energía inagotable cuando está conectado con nuestro propósito vital.

Asimismo, el cultivo del silencio interior, de prácticas de introspección o conexión espiritual, como la meditación, la contemplación o la oración (según la cosmovisión de cada quien), permite renovar el vínculo con uno mismo y con aquello más grande que nos sostiene cuando acompañamos procesos ajenos.

Otra dimensión del autocuidado tiene que ver con la humildad de sabernos humanos y limitados, y con la práctica regular de soltar el rol del “salvador”, pues no somos responsables de la vida del otro, sino acompañantes en su camino de exploración y toma de consciencia. Cuando intentamos cargar lo que no nos corresponde, el cuerpo y las emociones nos lo harán saber. La verdadera empatía implica estar presentes, sin absorber, sin salvar, sin resolver.

Por último, cultivar la gratitud cotidiana hacia nuestra propia tarea, hacia quienes confían en nosotros y hacia los aprendizajes que nos traen los consultantes, también forma parte del cuidado. La gratitud activa circuitos de bienestar, nos conecta con la abundancia interna y nos permite sostener nuestra práctica desde un lugar más amoroso y consciente.

 

Sanarse para acompañar

El mayor acto de autocuidado del facilitador y acompañante, es su propio proceso de sanación, entendido como un camino continuo. No se trata de haber resuelto todo, sino de estar en camino, de tener recursos y conciencia para procesar lo que nos atraviesa. Como ya dijimos:  “Nadie puede llevar a otro más lejos de donde llegó consigo mismo”.

Sanarse no es volverse perfecto, sino vivir con coherencia, sabiendo que nuestras propias sombras pueden convertirse en herramientas de empatía profunda, siempre que hayan sido integradas.  Es vital que el facilitador sea coherente entre lo que dice (explica) y cómo vive; pues si no está siendo coherente, dicha incoherencia interna implica un descuido que podría generar un síntoma. Cuidar dicha coherencia interna ayuda a prevenir.

Aquí es importante distinguir la curación de la sanción La medicina convencional se centra en la curación. En cambio, las terapias complementarias se enfocan en la sanación, que viene del alma y los principios filosóficos de las constelaciones familiares contribuyen a sanar. Si el facilitador se involucra emocionalmente o se reconoce o resuena con alguna implicación en el caso presentado por el consultante, es vital reflexionar sobre ello y tomar consciencia de dónde nos toca; sino, manifestará algún síntoma.

 

Conclusiones

En conclusión, las emociones del terapeuta desempeñan un papel crucial en el proceso terapéutico y en la calidad de la relación terapéutica. Es fundamental que los terapeutas reconozcan, comprendan y gestionen sus propias emociones de manera saludable, para poder brindar un apoyo efectivo a los pacientes y promover resultados terapéuticos positivos.

El autoconocimiento, la supervisión clínica y el autocuidado son herramientas clave para manejar las emociones del terapeuta y para mantener el equilibrio emocional en la práctica clínica. Al desarrollar una mayor conciencia emocional y una sólida base de apoyo, los terapeutas pueden potenciar su capacidad para conectar con los pacientes, ofrecerles un espacio seguro para explorar sus emociones y facilitar su proceso de crecimiento y cambio. Si el terapeuta no gestiona bien sus propias emociones, puede afectar negativamente la relación terapéutica y el proceso de sanación. 

 

Ejercicio de autocuidado consciente para terapeutas

“Volver al centro, volver al cuerpo”

 Este ejercicio puede realizarse al final de la jornada o luego de una sesión intensa. Puede durar entre 10 y 20 minutos. Se sugiere hacerlo en un espacio tranquilo, con luz tenue y sin interrupciones.

1. Preparación del espacio

  • Elige un lugar en el que te sientas cómodo/a. Si te ayuda, puedes encender una vela, poner música suave o tener cerca un objeto significativo (una piedra, un cuenco, una imagen, etc.). Siéntate o recuéstate en una posición cómoda.
2. Respiración y anclaje
  • Cierra los ojos. Lleva tu atención a la respiración. Siente cómo entra y sale el aire. No la modifiques, solo observa. Luego lleva tu atención a las plantas de tus pies. Siente el contacto con el suelo. Respira ahí durante unos momentos. Permite habitar tu cuerpo.
3. Escucha corporal
  • Pregúntale a tu cuerpo “¿Qué necesitas de mí hoy?” No busques respuestas racionales. Observa si aparece alguna sensación, una imagen, un gesto, una palabra, una emoción. Escucha sin juicio. Toma nota mental (o luego por escrito) de lo que surja.
4. Diferenciación energética
  • Visualiza mentalmente la imagen de las personas que acompañaste hoy. Agradéceles internamente por confiar. Luego, imagina que les devuelves con amor lo que es de ellos. Puedes usar frases como:
  • “Te devuelvo con respeto lo que te pertenece”.
  • “Yo soy yo, vos sos vos”.
  • Siente cómo se libera tu campo energético. Si lo crees necesario, puedes hacer un gesto físico como sacudir suavemente las manos, lavarlas con agua o tocar tierra.
5. Nutrición simbólica
  • Pregúntate ahora:
  • “¿Con qué me quiero nutrir hoy?”
  • Visualiza eso que te nutre como una luz, un aroma, un alimento, una palabra, una escena. Permite que esa imagen simbólica entre en ti y te llene por dentro. Respírala.
6. Cierre y agradecimiento
  • Lleva una mano al pecho y otra al vientre. Agradécete por tu entrega, por tu escucha, por tu humanidad. Agradece a tu cuerpo por sostenerte. Agradece la vida.
  • Cuando lo sientas, abre los ojos suavemente.

María Eugenia Slaibe: Abogada. Docente. Funcionaria Judicial. Secretaria Letrada en la Corte Suprema de Justicia de la Nación (Argentina). Terapeuta en Biodescodificación y Constelaciones Familiares. Cursando actualmente la Maestría en Entrenamiento en Configuraciones Sistémicas, dirigida por la Dra. Cristina LLaguno, en la Universidad de Viktor Frankl (México).